Tuesday, May 18, 2021

Mi abuela Luisa

 La vida, por ley, suele darnos dos abuelas.  Una por parte de madre y otra por parte de padre.  La vida, me dio, tres.  Verán, mi abuela Tula se me fue temprano en mi vida.  Los recuerdos mágicos y sagrados de mi niñez, están llenos de ella.  Siempre tierna, con palabras suaves, con sus brazos anchos y sus ojitos de ternura hacia mi.  Ella se fue cuando apenas tenía 15 años.  Una etapa llena de turbulencias en mi entorno.  

Cuando por primera vez nos mudamos a Nueva York, conocí a mi abuela materna.  La había conocido antes, en sus viajes relámpagos a la isla.  Pero una nunca consigue conocer a alguien bien, hasta que no vive con ella.  Recuerdo su fortaleza de carácter, su piel hermosa, sus brazos anchos, su coquetería (siempre andaba maquillada) y sus ojitos de ternura con los que a veces me miraba.  Ella siempre llevaba una coraza puesta, pues rara era la vez que mostraba sus sentimientos.  Pero sí recuerdo, con claridad sus consejos y recuerdo cuando ella se sentaba a escucharme.  Esto último es muy valioso para mi.  El tiempo que me brindó su atención, se queda en un cofre dentro de mi corazón.

Luego, con el tiempo, ella enfermó y de su mente, se ausentó.  Durante las navidades del 2001, fue la última vez que la vi consciente.  En el verano del 2002, ya su espíritu había volado lejos.  

Recuerdo siempre, desde el 1982, que mi abuela tenía una amiga que se llamaba Luisa.  Se trataban como hermanas.  Y las historias que me contaban de sus travesuras.  Desde entonces, Luisa fue una constante en mi vida.  Fue una voz de apoyo, de empuje, de aguante y me jalaba las orejas cuando me lo merecía.  Desde antes de mi abuela fallecer, yo la llamaba varias veces en semana.  Cuando estuve en Texas, las llamadas por la mañana eran a diario.  Siempre preocupada por mi.  Por la cacata, así le decía a Zassha, por Sebastián y por Diego.  Su sabiduría era inmensa, sus consejos invaluables y su cariño y protección hacia mi,  eran palpable.  En mis batallas mentales era un soldado guerrero, constante apoyo.  Siempre me decía: “Evelyncita, con Dios”.   

La semana pasada, me puse la segunda dosis de la vacuna.  Tenía planeado un viaje a NY a fines de mes y mi primera parada era la casa de mi abuela.  El viernes pasado, se fue.  

Tratando de digerir este duelo, escribo.  Tratando de echar hacia afuera mi dolor, me expreso.  El vacío que siento es grande.  Y las lágrimas surgen sin percatarme.  Todo está borroso.  Intento distraerme en la costura, sin éxito.  Pues mis ojos están hinchados.  Mi abuela Luisa.  Mi viejita Luisa.  Recuerdo que la última vez que la vi, me acosté al lado de ella y le puse sus manos en mi cabeza.  Recuerdo que se puso mis lentes e hizo chistes de lo fuerte que los lentes eran.  Mi abuela Luisa.  Sé que si me viese en estas condiciones, me regańaría.  Sé que con el tiempo, me acostumbraré a su ausencia.  

Le doy gracias a Dios por el tiempo.  Le doy gracias a la vida porque tuve suerte.  Me regaló tres abuelas.  En mis años de madurez, conté con ella.  Cuando pensaba que perdía la razón, ella era la cordura.    Dios, recíbela en tus brazos y permite que su alma descanse en paz.  

Yo tuve tres abuelas.  


Mi abuela Luisa con mis lentes puestos.  



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